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diciembre 11, 2009 Maily Sequera 1 Comentarios

Decir todo lo que piensas (V)

No existe el primer hombre que me halla dicho que me ama a la cara. Colecciono declaraciones en objetos físicos y digitales: cartas, tarjetas, poemas, fotografías, emails, comentarios virtuales, objetos perpetrados en su integridad, dibujos, retratos y el recuerdo desgraciado de una espalda, una corona tupida de cabellos, un perfil, un ojo que se movió y rebotó contra su vértice para volver a su centro inmediatamente. Esa única ocasión en la que alguien tuvo las bolas suficientes para ver la inmutabilidad de mi sonrisa ladeada que el perfil de conductor ocultaría. De todas, nunca fuiste tú. Pero supongo que soy yo quien despierta fobias demoníacas.

Sé que fui ingenua, que fui buena y fui malvada. Una vez a la vez y me fue mal. Eso, puedo asumirlo. Como puedo asumir que hay otras mejores que yo, en los ítems que interesan a un macho y a un bicho raro como tú. Pero era yo y ya no importa. Lo único que quiero ahora es la aclaratoria, la justificación de tu amabilidad lisiada. Dime tú, ¿a qué coñísimo te refieres cuando me preguntas cómo estoy?, ¿te refieres a mi ombligo abierto y cosido de emergencia?. Tengo un seguro medico. Puedes dormir en paz.

No digo más. Lo que dije al final, fue el discurso de mi vida. Lástima la falta de fuegos artificiales. Tú merecías más. Merecías toda la bilis que vomité el jueves, saber que te odio, que esto tan rancio es lo único que le diría a un cura católico, si me tocase el último Santo Óleo de emergencia, y, aún así, lo confesaría por hacer el trámite. Me moriría con un miedo apabullante a mis suposiciones del infierno. Yo sé que mientras me muera, el odio se me montará encima, abrirá mis piernas, me violará y me orinará encima. Y la Santísima Trinidad no va a hacer nada.

Adivina quién no existe:

Tú.

Y, a veces, ni Dios.