Impresiones personales de mi país/tu país

noviembre 12, 2007 Maily Sequera 0 Comentarios




Ser pueblo



Lo que considero mi familia, somos unas cuarenta personas, contando abuelos, tíos, primos, arrejuntes y amistades. En diciembre, aprovechando las fiestas navideñas, solemos reunirnos para celebrar algunas fechas. En estos tiempos difíciles que -dicen otros- mis ojos se inventan, empiezo a preguntarme cómo respetar mi angustia y mi idea, cómo hacerle entender a los demás por qué escribo menos ahora que todo me duele más.

Tengo una idea genial para este año, se las propongo como un experimento de proyección social y que sociólogos y encuestadores busquen un mejor oficio. La idea se me ocurrió porque en este pequeño espacio que yo domino, delimitado donde terminan las espaldas de quienes amo, es muy fácil pararse a considerar otra idea de país pero bastante jodido, injusto y mediocre ponerles una etiqueta en la frente a los dueños de tantas diferencias. Quizás, algún día deba disculparme con la Patria. Mi familia vive con ideas de lo correcto, problemas y ganas de ser feliz; son más que gente, una extensión de mi persona.

En éste universo de círculos concéntricos, en el más chiquitíco, el nuestro, nos hemos dado a la tarea de cosernos sacos – nótese cómo se han perdido varios dedos en tan idiota tarea – para acusarnos y dividirnos no sé por qué absurda razón. Declaro humildemente, a forma de advertencia, ante mi familia y mi país, que no será tan limpia la tarea. Vamos a tener que sacarnos un bracito, la pierna, la cabeza, para ordenarnos en tantos espacios, eficientemente. Pocos son tan traidores, tan disociados, tan oligarcas, tan golpistas. Pocos son tan chavistas, tan malandros, tan corruptos, tan ignorantes.

Yo propongo entonces, como divertimento, que en medio de una reunión decembrina cualquiera, mientras se reparten el pan de jamón, alguien levante la mano y proponga: Tío, disculpe -porque siempre hay un tío que habla muy alto- juguemos a Pueblo. Hágalo en el momento en que cualquiera diría que sí, usted sabrá. Luego, marque en la frente a los dos bandos en conflictos – para borrar previas simpatías- y comience. Este juego no tiene instrucciones y fluirá, ya lo verá, impresionantemente. Solo deténgalo, cueste lo que cueste, antes de que se vea amenazada la integridad de sus seres queridos o, aún peor, cuando la ejecución de una próxima reunión se vea comprometida.

Desde que me redefinieron pueblo, yo asumí que no pertenezco a eso. Mi papá fue pueblo y no le gustó. Mi abuela caminó media ciudad para vender sus arepas y mi abuelo durmió muy poco cuidando casas ajenas. Así, de insomnios y maíz molido a brazo, sus tres hijos estudiaron - los que quisieron, claro- Mi padre aún gasta el dinero con cierta timidez y tampoco tiene mucho tiempo para hacerlo, ha estado ocupado todos los días de su vida en lo único que sabe hacer: dejar de ser pueblo y alejar lo más posible a su familia de la penuria que eso significa. Su esposa, mi madre, fue una activista de algún partido de izquierda, amante de la literatura, profesora retirada a voluntad, una mezcla a conveniencia de ama de casa con dama de sociedad. Tienen 3 hijas que se han luchado muy poco, quizás los títulos educativos, los valores y la cultura. Tienen cuatro carros, una casa, algún resort en el Caribe -que quieren vender porque papá trabaja mucho y no se usa-. Todos viven bien, visten bien, se bañan con agua tibia, ven TV por cable, tienen internet y duermen con aire acondicionado en un cuarto que comparten a voluntad.

La otra cara de la realidad les queda a 15 minutos. No, no es que atraviesen un barrio en su carro del 2006 ni que alquilen películas venezolanas de putas y malandros en Blockbuster. La otra realidad los recibe cuando visitan a la abuela que vive –a voluntad abnegada- con un par de tíos y primos -mas parejas e hijos de estos últimos-. La realidad les enfría la cara cuando abren la nevera para tomar agua. Es complejo; no es la nevera y usted lo sabe, se trata de una necesidad que no puede auxiliarse. Entonces, pasa, se te dobla el estómago en una indigestión de dudas y certezas, comienzas a entender que es injusto reclamarles sus ideas, que ellos crean y alaben un proyecto de país al que yo, que los amo, me opongo. Yo no puedo asumir sus razones aunque comprenda. Ellos tampoco pueden hacer lo propio. La cierto es que este país –esta casa- siempre ha padecido de lo mismo y la culpa, si eso existe, siempre la ha tenido la misma gente. Lo digo sin intentar dibujar perfiles caricaturescos. Allá en ese pequeño universo donde conviven felizmente nueve vidas. Hay estudiantes, trabajadores, embarazos precoces, drogas, delincuencia, paternidad irresponsable, proyectos de negocios propios, sueños de una casita para quienes se multiplicaron, viudez, desempleo y nuevas vidas. Hay de los dos colores y si alguien intenta adivinar perfiles, le prometo que perderá como hemos perdido hasta ahora.


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