Síncope, cinocéfalo, imprecación y otras tesis

mayo 22, 2007 Maily Sequera 0 Comentarios

Ante el riesgo de olvidarlo todo, pinté en las paredes el abecedario, las tablas de multiplicar, los mandamientos y pegué ordenadamente las fotos familiares. Tomé las plumas que ya poco uso y me escribí los cuentos que me sé en ambas manos. Toda mentira, todo poema, lo puse en mis piernas como colegiala. El acto anteriormente descrito, manifestación artística de kinder garden, es una reacción instintiva reforzada por mis conocimientos sociales y mi sobre valoración por las historias. Ante el inminente final, he decido documentar todo lo que me vale la pena para así dejar un registro universal de ello, en una traducción completamente personalista.

Tomaré, entonces, el camino difícil de la acción y la resolución del conflicto, ya que para mi es más natural la quietud de jugar a pasar hambre, escoger esmaltes, coleccionar palabras en un cuaderno y creer fielmente en la generación espontánea; aún cuando la experiencia me confirme que, al final, lo que pasa o deja de pasar por mi descuido es igual e irremediablemente desastroso. Basta fijarse en mi ejemplificación práctica: guitarra fuera de su estuche, gaveta abierta vomitando sostenes y el libro abandonado en la cumbre del conflicto. Es más, confieso que en los restaurantes, me produce cierta angustia la espera de la cuenta y, si supongo el final de una película, comienzo a mirar impaciente las puertas de la sala. La raíz de todo esté gran árbol es un miedo femenino a los finales pero como éste es inminente y no necesitamos registro meteorológico, meeting político ni postulado intelectual para confirmarlo, he decidido tomar las precauciones que me corresponden.

La situación de riesgo, anexa al suceso de que a mi se esté borrando la memoria, está en que al parecer a mi se van olvidando los detalles. Olvido cada fantochearía documentada, lo insoportable que me resultaba esa frescura suya de matón de pueblo, convencido de que la línea meridiana le pasa verticalmente por su ombligo. Asombrosamente, yo perdono por omisión esa torpeza retrograda de su forma de vivir en la cual no hay existe más que el metro cuadrado que él habita y los accesorios que se puedan alcanzar estirando el brazo, un poquito, nada más, un ratico, pa’ qué tanto, si sabemos que no cabe mucho en ese espacio y que las necesidades básicas de Maslow se las resuelve solo y sin problemas fuera de norma. Es duro para todos. Yo sé que suena a odio, a rabia verde ocre, pero no es nada de eso contra él ni es lo contrario y no me haga jurárselo porque es muy obvio.

Ante el riesgo de olvidarlo todo, escribo esta cuartilla de declaraciones y me pongo a repasar las normas del tránsito terrestre, pues es idiota, muy de doña, decir todos los viernes que uno estuvo a punto de morirse esta semana. Revisé mi catálogo mental de sinónimos y antónimos y tomé un cuaderno para coleccionar palabras ya que mi amorfo discurso se ha convertido en un intento penoso. Síncope, cinocéfalo, imprecación, walkyria, lauchitas, patafísica, tótem, vapuleo, ergo, autarquía, axial, fuste y concreción.

Entonces, ordené mis discos, coloqué el diccionario sobre el chifoniel y seleccioné algunos conjuntos para vestirme, sin sospechas, los próximos tres días. Ya entrada la tarde, tomé mi guitarra, repasé lo último que he aprendido y volví a leer mi Rayuela mocha en voz alta, de la cual he perdido los capítulos 62 y 65 por razones obvias. A pesar de la terapia de puente, ahí está ese océano mental sin orillas, sin barcos, sin peces. Sé que parece un neurótico ritual de pre suicida pero es sólo un ataque de inocente miedo que, por cierto, me tiene el estómago hecho una piltrafa. A ver, por diversión, podría tipificar la sencillísima metodología de muerte que comienza en la náusea fermentada en la boca del estómago y, luego, sigue en deseo y ansiedad, la alteración del Universo entero vertida en un malinvento. La pantalla, ahí, centro apagado de esta galaxia y todo girando alrededor, a punto de morirse. Nada pasa. Esa entidad monstruosa y poderosa, no hace un ruido ni se mueve, no destella ni explota. La tesis disfuncional en todo esto es que, todos los jueves, soy un cuerpo más, orbitando irremediablemente en torno a un astro muerto, siendo la luna veintiuno que desconoce toda esa teoría astronómica y que espera una llamada, sólo una.

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